13 de octubre de 2010

13 de octubre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (X). El Reloj Mundial de Alexanderplatz



27 de julio de 2010. Segunda parte.

"Uno de estos aparentemente insignificantes indicios de la cercanía de Hesse al circuito de la producción literaria aparece en el artículo "Sobre una exposición de tipografía moderna" (1901) recogido en el volumen. Llama la atención una cierta discordancia de esta pieza respecto a las demás recogidas, mas el detalle relevante en cuanto a disonancia es la glosa de discutible pertinencia del editor Eugen Diederichs, ya convertido en un "admirador" o "seguidor" -según algunas fuentes secundaria- de la obra de Hesse por esos años.

Según Hesse, Diederichs, que es el único editor citado en cuanto tal -y su editorial también la única de la que habla-, posee "no sólo... buen gusto, sino un conocimiento, adquirido en un estudio continuo y apasionado, de los impresos y xilografías de los mejores talleres de las pasadas centurias. Nos consta (sic) que el tipo y el papel de cada nueva obra es objeto de una larga y seria ponderación por parte del editor" (p14). La alabanza no es, además, gratuita. Una lectura atente del artículo muestra que, en realidad, puede ser leído sin problemas como un pretexto para hablar de la editorial Diederichs y, por ende, de su patrón. Si los párrafos dedicados a la editorial los tomamos como el núcleo del texto es fácil observar cómo los demás elementos se adecúan perfectamente como ornamentos propedéuticos para jusificar la loa: una práctica común a muchos escritores y poetas actuales -y de siempre- para con sus editores, mecenas, protectores o amigos influyentes.

Un último rastro que aporta la biobibliografía mínima de la edición de bolsillo: en 1971 la editorial Diederichs publica en edición privada Hermann Hesse - Helene Voigt Diederichs, un compendio de la correspondencia mantenida por ambos entre 1897 y 1900 que sugiere tanto la existencia de un estrecho vínculo entre la familia editora y Hesse como la persistencia de ese vínculo a lo largo de la vida de éste e incluso ya fallecido.

Un auténtico extraño en el circuito de la producción cultural, un verdadero "lobo estepario", no fue Hermann Hesse. Desde joven estuvo cerca de nodos que le facilitaron su ingreso en el club de los productores culturales. Seguramente, como diría Bourdieu, vivió en los márgenes del reconocimiento del campo literario en sus primeros años pero nunca fue un otro absoluto que irrumpiera desde un exterior puro y salvaje en el. No hay participación posible en el campo de los productores culturales sin estar, de alguna manera, en él. Y cuanto más próximo se encuentre el sujeto a algún nodo de gestión, distribución, producción o recepción de productos culturales, más posibilidades tiene de que sus producciones culturales, sus acciones en este dominio, acaben siendo reconocidos y recompensados simbólica y económicamente.

Cada vez voy viendo más claro que el campo literario, tan aparentemente autónomo respecto al económico o al del poder, raramente acepta la irrupción de sujetos que no pertenezcan o estén en relación con el grupo social (o "clase" social) que lo conforma y que crea, mantiene y modifica sus reglas de funcionamiento. Los "lobos esteparios" están en la estepa y los proletarios, asalariados, trabajadores y explotados también están donde les toca: fuera del recinto. Todos los que están viviendo en o del campo literario en cualquiera de sus modalidades no pueden ser considerados, si no se quiere caer en la más pura desfachatez, como ajenos a él, como marginados reales. Los verdaderos marginados no tienen voces ni mucho menos portavoces en él.

Concluida la pretendida reflexión en la cama antes de comer, a primera hora de la tarde paseamos por la Alexanderplatz y sus alrededores. En mi memoria reposaba la imagen del párrafo de Berlin Alexanderplatz de Döblin reproducido en un gigantesco edificio, el Reloj Mundial y una estatua de Marx y Engels.

De ésta no vimos ni rastro pero sí nos detuvimos un rato ante el anticuado (o retro según se mire) reloj mundial. Y permanecimos allí un tanto perplejos, nosotros que vivimos ahora la falsa pugna entre el localismo y la globalización -igualmente unilaterales e inhumanos ambos-, por la dimensión "planetaria" del objeto: una dimensión perdida en la actualidad y que quizás debería ser retomada en algún punto para reordenar nuestras vacilantes "cartografías" del mundo como llamamos ahora a la trama de nuestras representaciones del entorno.

Y, por supuesto, vimos aunque no con el detenimiento que hubiera querido, la parte delantera de la plaza a la que da el edificio estaba totalmente lavantada y salpicada de grúas, camiones y parapetos diversos, la Haus der Elektroindustrie donde aun se conservan, en buen estado, la mayoría de las letras del párrafo de la obra de Döblin que creí erróneamente, ¡qué tristes son los arquetipos del imaginario de uno!, fueron pintadas entre las ventanas en la época socialista cuando en realidad lo fueron !en 2001¡ Y pensar que uno siempre imaginó al represivo Berlin socialista como una ciudad dedicada al arte y la cultura frente al consumista y mercantilista Berlin Occidental... Nada es como uno se lo representa en la memoria de su imaginación..."