29 de marzo de 2011

29 de marzo de 2011: de bibliotecas, jardines y dietarios


Bajo la sombra de una casa solariega de Vallvidrera una glicina descomunal. Asistía al partido semanal de Marc y para apartar la vista, mientras calentaba banquillo, del grupo de entusiastas señoras adineradas que nos miraban con disimulado desdén, uno se entretenía en detenerse en la ostentosa exhibición de medios del colegio de los Sagrados Corazones del Padre Damián (o algo así).

En esas estaba cuando se descubrió aquella elegante planta que correspondía a la mansión, con sus colosales hiedras añejas de rigor en los balcones, levantada sobre una esquina de la última pista de fútbol del polideportivo de la escuela. Consuelo de pobre, o de "quiero y no puedo", uno se puso a pensar en si el empeño de proveer el inapropiadamente llamado "jardín" de un olivo, hiedras y glicinas, tres ejemplares que necesitan del depósito del tiempo y que con él adquieren su magnificencia, tenía alguna relación con el de este cuaderno, la biblioteca o la discoteca que uno construye y preserva desde hace años. Más cuando Esther siempre ha sido más equilibrada: adora la glicina pero también los hibiscus, de vida más expuesta y ajetreada.

Por un momento pensé que esta insistencia podía tener que ver con el propósito de crear algo así como una patria empírica para mis hijos que sirviera como antídoto frente a las peligrosas patrias simbólicas. Un lugar adonde retornar y desde el cual partir. Un espacio de historia, de tiempo asentado que sustentara la ilusión de permanencia: miles de libros y discos clásicos y contemporáneos, antiguos y modernos, interdisciplinares, comprados en distintos lugares, heterogéneos... y un puñado de plantas tan exhuberantes en su crecimiento que, al verlas, uno de los primeros pensamientos tuviera que ver con el tiempo.

Por suerte o desgracia, este loable sentido no resiste demasiado el análisis en un día frío y húmedo: libros, discos y plantas forman un universo tan simbólico como material y a estas alturas uno debe desconfiar de la grandeza de sus propios actos. Seguramente el mantenimiento de libros, plantas y discos tenga un origen menos digno y la persistencia en su cuidado tenga que ver, también, con rutinas y actos cotidianos automatizados.

Con todo, sería hermoso poder dotar de un significado tan honorable a estos actos.