11 de septiembre de 2011

Hay reformas que valen más que mil utopías


Mi amigo Jordi, "Náufrago del Espacio sideral", reflexionaba el otro día sobre la inutilidad de la apuesta política por la "equidad fiscal". Escribía Jordi:

"I enmig d'aquest batibull, una senyal que les coses es mouen: els rics alemanys, francesos i americans demanant que els hi augmentin més els impostos; de fet, res d'estrany, no és que siguin més solidaris o més idiotes que els altres milionaris d'altres contrades, saben millor que ningú, que historicament en situacions de desigualtat els caps dels qui tenen quartos també cauen; però tenen un problema des del meu punt de vista: si pensen que pagant una mica més les desigualtats no continuaran augmentant, s'equivoquen, perquè el sistema econòmic que ens governa està programat perquè els guanys d'aquells que tenen cada vegada sigui més gran. I de fet, penso que la percepció de la gent de peu davant els més rics, no canvia gens entre tenir un castell o tenir-ne tres o mil. Vull dir, que no crec que quatre molles puguin calmar el malestar, la mala llet."

En el fondo moral de la argumentación uno no puede sino estar de acuerdo con él: es dudoso que los movimientos de grandes fortunas reclamando un trato fiscal más equitativo (más "progresivo", que tribute, proporcionalmente, más quien más tiene) obedezcan a la filantropía o a un arrebato de moralidad sino más bien a un cálculo de supervivencia.

Con todo, uno insiste en que, actualmente, no es sólo un imperativo moral sino también político restaurar y ajustar la equidad fiscal. Si se desconfía de los proyectos de ingeniería social amparados en utopías, lo cual no significa despreciar las utopías per se sino los programas que proponen una serie de medidas prácticas, empíricas, apoyándose justo en lo no empírico, en lo ideal, en lo contrafáctico, y se opta por la acción política "real", el papel del Estado como corrector de las desigualdades generadas por el "mercado" no debe ser desdeñado como "reaccionario", "insuficiente" o "insignificante".

Para entendernos, el modelo keynesiano no es una panacea ni una configuración siquiera óptima pero es preferible, racional y moralmente, su existencia y desarrollo que su abandono por maximalismos ultrarrevolucionarios: hemos de hacernos cargo que se trata de la vida diaria de millones de personas de lo que estamos hablando. Millones de personas cuyas condiciones de existencia cotidianas son muy diferentes si funciona un estado keynesiano o uno cuasifeudal o neoliberal. Y a las pruebas actuales cabe remitirse: a los millones de personas afectadas por las crisis de deuda, los recortes sociales, los rescates, etc.

Sub specie aeternitatis quizá nuestras democracias sean simplemente regímenes corruptos y antidemocráticos. Sub specie aeternitatis seguramente no hay apenas diferencia entre socialdemocracia y neoconservadurismo. Sub specie aeternitatis debe haber un interior y un exterior del Sistema. Sin embargo, fácticamente, históricamente, que es el modo en el cual la existencia humana se desarrolla hoy día, sí hay diferencias entre aquello que es visto como "lo mismo". No es idéntica una democracia formal, representativa y "burguesa" que un régimen teocrático o una dictadura sanguinaria. Y tampoco es igual recibir un subsidio en situación de desempleo que no recibirlo. O tener acceso a la sanidad pública que no tenerlo.

Será reformismo, será claudicación pero uno tiene la impresión que aquellos que desde las alturas de su entereza moral claman contra la minucia de la reforma oponiéndole la contundencia ciclópea de la revolución o la catástrofe, pueden hacerlo porque tienen asegurada una porción de supervivencia cómoda (no es el caso de Jordi). Entre no poder pagar un domicilio, vivir de la caridad o los subsidios o, simplemente, carecer de dinero suficiente para que tus hijos puedan acceder a la cultura y ser capaz de hacerlo hay tal abismo que cualquier reforma que tienda un puente sobre él vale más que mil utopías.