5 de marzo de 2012

Memoria de Saint Andrews (II)


16 de julio de 2011. Segunda parte.

Vuelo tranquilo por fin. Tras dos ataques de ansiedad en vuelos domésticos, uno le temía al doble Barcelona-London y London-Edinburgh. Afortunadamente, British Airways aun retiene algún resto de su antiguo esplendor: hay suficiente distancia entre los asientos y, si tienes suerte, te encuentras un mínimo refrigerio que hace las veces de comida o cena que te distrae como antaño.

Cuando tienes la fortuna de tener un buen vuelo... Es un decir, en realidad habría que escribir "cuando tienes suficiente dinero para pagarte un billete en una compañía que ofrezca viajes en avión de calidad", puedes consagrarte a la contemplación y análisis de la geografía de la troposfera: de sus montañas, mares, ríos, valles, sierras y reafirmar la belleza de la ancestral tesis griega de la armonía entre lo macrocósmico y lo microcósmico.

En el aeropuerto de destino Escocia nos recibe, por primera vez en los últimos años, con ese sol limpio tan propio de su latitud y tan escaso y las calles secas. Si no hubiéramos escarmentado con el desastre de los privatizados ferrocarriles británicos, nunca como hoy para ir hasta la estación de Waverley, cruzar el Bridge, pasear un rato por Princess Garden (como uno hizo la primera vez que vino, diecinueve años atrás) y estirarse recostándose sobre la hierba o en alguno de sus centenarios árboles y dejarse mecer un rato por los aromas de los parterres, las flores y los macizos árboles como si el tráfico que discurre, intenso, unos metros por encima del talud expulsara sus substancias tóxicas directamente a la estratosfera.