15 de septiembre de 2012

Entre Wallace Stevens y Eugenio Montale (I): un poema de Stevens



Volviendo ligeramente la vista atrás al verano recién concluido que parece que aconteció hace mucho y a sus lecturas, sin saber exactamente porqué, en honor a la verdad hay que decir que no sólo se centró en Marco Aurelio, Gracián y Goethe. También Wallace Stevens y Eugenio Montale merodearon en encuentros lentos y espaciados. La roca y Huesos de sepia aparecieron y desaparecieron, repitiéndose, combinándose, olvidándose y recuperándose sin más continuidad que su persistencia subterránea y sin que, en rigor, pueda decirse que el "habla de la pobreza" del americano y la "memoria del sol" del italiano supusieran "lecturas" sino más bien "aperturas" o algo así si no sonara tan rebuscado y pedante.

Stevens fue especialmente importante en los albores del viaje a Italia y en la vivencia de Florencia. Montale en los días de sol, playa, calor y molicie.

Dejo este poema del primero:

"Soliloquio final del amante interior

Luz, primera luz de la noche, como en un cuarto
En el que descansamos y, casi por nada, pensamos
Que el mundo imaginado es bien esencial.

Este es, por tanto, el más intenso rendez-vous.
Es en esta idea en la que nos recogemos,
Fuera de todas las indiferencias, en una sola cosa:

Dentro de una sola cosa, un solo chal
Que nos abriga bien, pues somos pobres, un calor,
Una luz, un poder, la milagrosa influencia.

Ahora, aquí, nos olvidamos el uno al otro y de nosotros.
Sentimos la oscuridad de un orden, una totalidad,
Un conocer, lo que arregló la cita,

Dentro de su vital circunscripción, en la mente.
Decimos: Dios y la imaginación son uno.
La candela más alta, que alta ilumina lo oscuro…

Y fuera de esta luz, de esta mente central,
Hacemos nuestra casa en el aire nocturno,
Donde estar los dos juntos es lo suficiente."

Versión de Andrés Sánchez Robayna