7 de octubre de 2013

Crónica de la Nueva Edad (07/10/2013)



En la estimulante conversación con el amable lector secesionista, uno de los argumentos de su contrarespuesta - que espero dejar por aquí en cuanto la traduzca -  era que no comprendía la lucha por la Humanidad sino era una lucha por los seres humanos cercanos, próximos, por la humanidad en minúscula. Sin esta concreción nos las habíamos ante una retórica vacía. Era una respuesta a mi objeción de que en función de uno de mis modestos ideales actuales ("la causa general de l’emancipació humana, entesa com l’assoliment del major grau possible d’autonomia i ús del propi enteniment dels éssers humans enfront de la naturalesa i les diverses formes d’opressió social i política"), el nacionalismo no podía sino ser un obstáculo.

El desmontaje filosófico de las observaciones del lector no es demasiado complicado pero había algo en su crítica que me preocupaba y que R. describió categóricamente, cuando le hice partícipe de mis reflexiones al respecto, mediante una única palabra: "Etnicismo". Y, en efecto, pensó uno luego, esa sombra era la que me preocupaba y a la que llevaba días dándole vueltas.

Es sencillo asumir el tradicional debate entre particular y universal para abordar cualquier crítica a la aseveración de que lo máximamente universal se encuentra concentrado en lo singular. Pero eso dejaba fuera un regusto que, aunque no creo que fuera del todo la intención del lector, se adivinaba por detrás de su crítica.

Así pues, como dice R. la cuestión es otra.

Supongamos que entre la colección de particulares que representan "la Humanidad", esa humanidad en minúscula, y el universal (la Humanidad en mayúscula), hay una correspondencia que permite que la acción sobre aquellos implique, de alguna manera, una afectación de éste. El problema es, ¿dónde acaba el radio de acción sobre los particulares que incide en el universal? O no acaba nunca o si se le pone un límite éste puede ser peligrosamente arbitrario. Por ejemplo, mis vecinos de la calle o los habitantes del barrio, como indicaba mi interlocutor, tal vez los de la ciudad donde uno vive serían dignos de mi acción. Mas también, si el criterio fuera la inmediatez espacial, es decir, la distancia, mis congéneres de Binéfar, en Huesca, están más próximos que los de Alcanar así que su bienestar podría competerme tanto o más que el de los de Alcanar y, por lo que uno sabe, la independencia de Catalunya les es, cuanto menos, indiferente así que trabajar por la secesión no les ayudaría en mucho. Eso si la inmediatez se toma como distancia física. Porque para mis amigos madrileños, malagueños o alemanes puede que la independencia de Catalunya no sólo les sea indiferente sino que les sea perjudicial... No lo sé pero eso es igual, en realidad. Sólo si la mediación del concepto étnico de "pueblo catalán" está ya operando como pre-juicio, como pre-concepto, como concepto no reflexionado, puedo cerrar la referencia ilimitada o arbitraria a particulares y decidir que para ellos la independencia de Catalunya es beneficioso. Ese pre-concepto pone un límite, circunscribe la distancia y establece los parámetros de la proximidad y la lejanía.

Es decir, el concepto étnico de "catalanidad" está ya funcionando y es el que permite que la atención a los más próximos, en los que se realiza la idea abstracta de Humanidad, sea, en realidad, la atención a los "catalanes". Es posible que para ellos pueda ser beneficioso, y por ello para la causa general de la emancipación de la Humanidad, la independencia de Catalunya. Mas esta presunta inmediatez de lo particular, de lo concreto, de lo que está "a la mano", es tramposa porque no es una pura referencia a lo inmediato la que opera en la argumentación sino que los humanos inmediatos a los que me debería dedicar deben ser, ya, previamente, aquellos distinguidos como "catalanes" y no otros.

La causa general de la Humanidad puede ser retórica vacía. Tal vez. Pero la de la humanidad, en pequeño, la cercana, por contra, está sospechosamente demasiado llena.