24 de octubre de 2013

La "doctrina Parot" y "la guerra del norte"


A través del tamiz del zapping y los comentarios de Esther y los críos, el flujo informativo histérico traspasa el cedazo de autoprotección y, sin la urgencia de la inmediatez y la presión del apremio, van llegando hasta uno buena parte de los corpúsculos noticiables de más relevancia. Es el caso del veredicto sobre la llamada "doctrina Parot".

Aunque uno pueda entender que, desde la lógica de las víctimas, la "doctrina Parot" que el Tribunal de Estrasburgo ha tumbado por fin, era una interpretación moralmente justificable que impedía que asesinos con más de viente muertos a sus espaldas salieran de prisión a los veinte años de cárcel o incluso menos, desde la lógica del Estado de Derecho, o más bien de los restos de lo que de él queda, que tampoco fue nunca tanto pero sí bastante más de lo que nunca podrá esperarse de un estado totalitario y eso sólo ya merece el lamento, era una aberración. La irretroactividad de las leyes es un principio racional y razonable ampliamente difundido en las legislaciones más sofisticadas y respetuosas con las libertades civiles y mucho más aun en los principios de la mayor parte de filósofos del derecho y juristas.

Por otra parte, el "invento" del "artefacto" "doctrina Parot" se inserta dentro de la dinámica de la "guerra del Norte", evidentemente, y en ese marco cobraba la mayor parte de su sentido. Esa guerra que sólo los combatientes admitieron como tal pero que políticos de uno y otro bando reconocieron cuando la dirección del viento les convenía: los abertzales durante su época dorada, los conservadores tras el abandono de las armas de ETA. Sin embargo, una vez concluida hace ya varios años con la derrota militar total y sin paliativos de ETA, el bando vencedor, en este caso el Estado español, debería haberla abolido y, en su lugar, practicar la clemencia del vencedor sobre el vencido, un principio que incluso los aliados hubieron de aplicar sobre la Alemania nazi para evitar un segundo Versalles.

En la modesta opinión de uno, es una política de postguerra más razonable una sustentada en la magnanimidad que otra regida por la venganza. La historia del siglo XX, especialmente de las dos grandes guerras, muestra - y demuestra - que no se debe humillar al derrotado una vez que se le ha vencido: sólo la justicia, administrada sabiamente, no a destiempo y con ribetes de venganza, y la mano tendida pueden evitar el renacimiento del odio y la nueva nueva conflagración.

También es útil recordar que la verdad de las víctimas no es ni la verdad judicial ni la verdad "real": se trata de predicaciones muy diferentes y la verdad de las víctimas, por muy enorme que sea, en términos morales, su relevancia, no puede erigirse en tribunal. Recordemos, hecho si se quiere trivial que no demuestra ni argumenta nada en realidad pero que debe anotarse en la cuenta del "debe", que la madre de Rocío Wahnninkof estaba absolutamente convencida, como la mayoría de sus familiares y convecinos, que Dolores Vázquez había asesinado a su hija y reclamaron para ella, vehementemente, una condena que, luego se probó, era injusta e injustificable. La verdad de la víctima es "su" verdad, es decir, la verdad de su experiencia única e intransferible mas por ello mismo no puede erigirse en la pauta de un estado de Derecho.

Esto no significa que haya que proceder automáticamente a una amnistía generalizada y humillante pero sí, al menos,
a) que la inadecuación de los fundamentos sociológicos y antropológicos sobre los que bascula el triángulo prisión-rehabilitación-reinserción obliga a que la relación entre estos vértices deba ser profundamente revisada a fin de que el asesinato no pueda salir tan "barato" como pueda llegar a salir hoy día, en contraste con lo "caro" que es un robo con intimidación;
b) que el derecho de todas las víctimas, de uno y otro bando, a la reparación y la justicia no debe ser aprovechado como coartada para el establecimiento de legislaciones ad hoc ni tampoco para impedir una reconciliación entre los bandos contendientes;
c) que el romántico mito de la prisión como campo de concentración de individuos hostiles a la sociedad debe ser matizado: lo de "todos a la calle", así, sin matizaciones, es puro y simple fascismo intelectual.