1 de enero de 2014

El fantasma de Derrida (III)


No volví a ver en persona a Derrida hasta que, en Barcelona, en el "Aula Anthropos", impartió una conferencia de la mano de Cristina de Peretti. Era a principios de los noventa y uno era, ya, "derrideano" muy a su pesar. Trabajábamos, en una fantasmal Secció de Filosofía Social i Política de la Societat Catalana de Filosofia, junto a Lluís Prat, que había oficiado durante aquellos años como sumo sacerdote en Barcelona y algunos otros -no muchos- cuyo recuerdo he perdido.

Con Rais y la inspiración de Francesc J. Fortuny, por aquel entonces presidente de la Societat, habíamos fundado la sección y, tras un primer año (1990) en que Toni Domènech la presidió, de acuerdo con la inspiración marxista que toidavía profesábamos, en 1991 la incompatibilidad aparente entre marxismo y deconstrucción forzó un debate que saldamos con el ofrecimiento a Cristina de Peretti para que dirigiera durante el año siguiente la sección. En aquellos tiempos no era un problema que una Secció de la Societat Catalana de Filosofia del ilustre Institut d'Estudis Catalans estuviera presidida por una madrileña. O tempora o mores... Huelga decir que Lluís Prat fue el principal promotor de aquel cambio.

En ese año en que Cristina dirigió los trabajos, uno se convirtió en un "derrideano" integral y escribió un ensayo sobre la Introducción a las ciencias del espíritu de Dilthey que intentaba llevar a cabo, al pie de la letra, una rigurosa deconstrucción de la distinción entre ciencias del espíritu y ciencias naturales. No sé si lo conservo. Reescrito un par de años después en catalán y publicado con el título de "La subtracció infinita" más que oler "apestaba" a deconstrucción escolástica.

Mas a lo que iba. Cuando tuve otra vez a Derrida a pocos metros, hablando nuevamente sobre la ley, tampoco pude aprovechar el momento. La dinámica de la sección cada vez me interesaba menos y el furor de converso con el que había abrazado durante un par de años la deconstrucción se estaba desvaneciendo. Pudiendo haberlo conocido en persona y quizás haber asistido a la cena prevista, en cuanto acabó su intervención me fui: ni siquiera me quedé al debate. Obviamente, también confluyeron otros elementos relacionados con la vida personal que ahora no vienen al caso y que a uno le estaban alejando cada vez más de la reflexión filosófica. No obstante, lo cierto es que tras fabular durante años sobre cómo sería Derrida "en persona", cuando tuve la oportunidad de comprobarlo la dejé pasar: preferí quedarme con la fantasía, con la imagen, con mi fantasma.