9 de abril de 2014

"Otro" viaje a Italia (VI): Gli Uffizi


18 de julio de 2012. Primera parte.

Teníamos hora a las 12:30 para visitar Gli Uffizi, así que nos dedicamos a hacer nuestro primer paseo por el Arno tranquilamente después de desayunar. De camino, uno estuvo tentado de dejarse llevar por la retórica de los tipos y los topoi porque en rápida sucesión pareció que las estampas habituales de la literatura de viajes y el cine turístico estaban dispuestas en su lugar para acaparar nuestra atención: la anciana gritando a la vecina en un tramo especialmente angosto de la via Borgo Pinti, un miniautobús galopando literalmente por las estrechas callejuelas que conducen al Duomo, multitud de ruidosas motorinos arriba y abajo...

Afortunadamente, la serie se interrumpió bruscamente cuando embocamos la via Giuseppe Verdi hacia la basílica de la Santa Croce y, pese a la abundancia de turistas y caminantes, se borró por completo a la vista del verde y humilde Arno. Tras una primera mirada al Ponte Vecchio para cerciorarse de que todo era como debía ser, entramos en la hermosa Piazzale degli Uffizi, en obras y atestada de pacientes, e impacientes, visitantes que guardaban impresionantes colas. Haber adquirido las entradas con mucha antelación por la Red nos evitó incorporarnos a ellas e incluso pudimos ver, sin tanta atención como hubiéramos querido, las esculturas de Miguel Angel, Leonardo, Galileo o Petrarca entre otros, dispuestas en torno a la plaza que se abre entre las dos alas del Museo.

A la hora establecida, con puntualidad latina, cruzamos las puertas. Entre los primeros cuadros que nos llamaron la atención, dos de Filippino Lippi, un quattrocentista alumno y luego colaborador de Botticelli, Incoronazione della Vergine y Adorazione dei magi, ambas de un intenso cromatismo. Y, en seguida en nuestro recorrido, La primavera de Botticelli, tan rico y espectacular como esperábamos y con detalles que se aprecian mejor en la "aparente" visión directa que en la reproducción. ¿Un ejemplo? La fuerza de la contraposición entre la melancolía de la Venus y la carnalidad del zefiro. Sin embargo, por contra, la Nascita di Venere no respondió al recuerdo que de él tenía: en la ilusión de "contacto inmediato" (ilusión que prescinde de iluminación, hora del día, público, cansancio y percepción del observador, etc.) la Venus pareció pálida, nada voluptuosa y más pobre en colorido de como figuraba en mi memoria. Un rato después, íbamos a pasar por delante de l'Annunziazione de Leonardo sin detenernos mucho, entre otras cosas por la cantidad de espectadores que lo contemplaban, cuando escuchamos a una guía explicar la complejidad compositiva del cuadro. La obra de Leonardo emplea tres puntos de vista para la representación: frontal, superior y lateral derecho, sin resultar por ello disonante ni confuso. Asombrados, esperamos y constatamos la exactitud de lo afirmado y el cuadro se nos apareció como una auténtica joya cuando habíamos estado a punto de ignorarlo: una nueva demostración de que el goce de la obra de arte no es fácilmente separable del conocimiento, algo que en estos años de abono a la ópera barcelonesa uno ha tenido ocasión de constatar repetidamente.