13 de septiembre de 2014

"Otro" viaje a Italia (XVIII): En el Coliseo de la Roma imperial


28 de julio de 2012. Primera parte.

Las notas del día de hoy son escasas. Tres o cuatro palabras garabateadas en la libreta que apenas se pueden desarrollar por la noche, casi de madrugada, mientras espero que el clonazepam haga su efecto. Sólo conforme el sosiego me domina relleno los huecos y extraigo de la memoria lo que, de ninguna manera, había quedado escrito. Un falseamiento más por mor de la estilización.

Un día consagrado a zambullirse en el pasado que se quiere hacer presente vivo a través del monumento o de un presente del que se fuga en busca de un pasado que se revive de acuerdo a los modelos artísticos (televisivos como Yo Claudio, cinematográficos como Gladiator y literarios como Julio César o Los idus de marzo o algunos poemas de Kavafis o filosóficos como Séneca o Ciceron).

A primera hora de la mañana comienza una larguísima y extenuante jornada bajo un calor aplastante. Calculo que en todo el día debo haber bebido más de tres litros de agua lo cual debe ser mi récord: la sensación de agobio, deshidratación y fatiga ha empezado mediada la visita del Colosseo y no ha hecho más que incrementarse conforme iban pasando las horas. Cuando a media tarde hemos llegado al apartamento la fatiga del día, más la acumulada de los días anteriores, me ha provocado un ataque de pánico que ha necesitado de una consulta urgente a mi médico en Barcelona, muchos ejercicios de respiración y dos chutes de ansiolítico.

En el Colosseo hemos empleado mucho más tiempo del que esperábamos. Como teníamos hora muy temprano hemos disfrutado de una relativamente poco masificada visita durante las dos primeras horas. Hemos podido, de esta forma, contemplar en su grandeza la ruina desde casi todas las perspectivas posibles (a pesar de que días después, en Barcelona, me entero de que se podía subir con un billete especial hasta el tercer nivel al cual no llegamos) y, más tarde, adentrarnos en sus entrañas para observar los paneles explicativos y las reconstrucciones que, casi puedo asegurar con certeza, hace treinta años no existían. A mis más de 45 años y con todo el bagaje de lecturas de y sobre la antigüedad greco-latina, a la pregunta de Esther de cómo podían inundar la pista para celebrar batallas navales he respondido, con naturalidad, que lo que se hacía era conmemorarlas sobre seco. Así, tan panchamente. Me ha indicado un cartel donde se describía pormenorizadamente cómo se inundaba el foso y me he quedado tan perplejo como poco después cuando he sabido que, para las jornadas de lluvia, se cubría hasta más de la mitad con un toldo que se extendía desde la parte superior de la última grada mediante un sistema llamado Velarium.