18 de octubre de 2014

Los estilitas de José Simón


Ayer Esther trajo un ejemplar de La vida sobre una columna. Vida de Simeón estilita, vida de Daniel estilita, editado por Trotta con introducción, traducción y notas de José Simón Palmer un erudito que, aunque debería estar en la Universidad, emplea su tiempo de trabajo y su esfuerzo en aportar briznas de los fundamentos de la cultura grecorromana a los alumnos de la ESO en el mismo instituto barcelonés y donde, como ella, sobrevive al denodado empeño de innovadores, expertos y psicopedagogos por expurgar del panorama educativo las lenguas clásicas - o la música "culta" - en beneficio de emprendimientos, tecnologías y divertimentos varios.

Abro el libro para hojearlo y un pasado que objetivamente no está tan lejano, treinta años a lo sumo, pero subjetivamente parece sumergido en el albor de la historia, acude: aquel tiempo en que leíamos a Usener, Kirk & Raven o Zeller y aprendíamos - entre lentas y exigentes introducciones, incontables notas y oscuros fragmentos de griego antiguo - de Epicuro, los presocráticos o los estoicos, en la creencia de que su conocimiento era no sólo una tentación epistemológica o algo estéticamente valioso sino también un instrumento necesario para nuestra existencia en cuanto seres morales y políticos. Días en que perdíamos horas enfrascados en la Pauly-Wissowa entre religiones mistéricas, cultos dionisíacos, cristianismos y gnosticismos o leíamos la Paideia de Jaeger y comprendíamos la importancia de la educación no sólo en la formación del sujeto o en la constitución de las ciudades griegas, sino por extensión su papel crucial en las sociedades humanas en general y en el mantenimiento, reproducción o transformación de las estructuras de dominación. Días de Grecia y rosas...

De aquellos timpos de Bildung queda poco a nuestro alrededor. Emborrachados de la presencia de un presente sin fin que ha enterrado cualquier pasado, ahogados por la violencia, la emotividad primaria o el entusiasmo consumista e irreflexivo de objetos e ideas totémicas, saturados de ruido y redundancia, la vida de los estilitas, aquellos anacoretas que vivían sobre una pequeña plataforma en lo alto de columnas durante décadas (Simeón, al parecer el primero de ellos, vivió sobre una casi cuarenta años) como suprema muestra de ascetismo y negación del mundo, contrasta con tanto vigor con esta época que parece pura ficción: literatura. Así están las cosas. Pero leyendo la introducción de José Simón y trasladándose de su mano a ese Próximo Oriente del cristianismo bizantino uno es capaz de sentir el eco distante y apagado del conocimiento y la razón pugnando por abrirse paso entre los escombros a los que creemos haber reducido la historia - como si hubiéramos acatado el diktat de Fukuyama - y recordar que de "aquellos polvos vienen estos lodos". Como escribe José: "Simeón el estilita ha seguido fascinando a lo largo de la historia, tanto a los que han visto en él un modelo de santidad como a los que no. Julia Butterfly Hill, la célebre activista medioambiental que permaneció dos años (1997-1999) en lo alto de una secuoya del bosque de Stanford (California) para evitar su tala, se declaraba seguidora suya, y todavía hoy el monje georgiano Máximo Qavtaradze se esfuerza desde hace veinte años en seguir sus pasos en lo alto de un enorme peñasco de Katskhi, en el Cáucaso" (p34).

Leyendo la hagiografía de Simeón esta mañana de octubre, uno puede concederse la ilusión de que el presente abandona su tiranía y, como un galeón antiguo reflotado, el pasado asciende de entre las aguas sucias del puerto de Barcelona acercándose al Egeo en busca de nuestra historia común.