24 de marzo de 2015

"Poesía después de Auschwitz/Poesía sobre Auschwitz"


Esta tarde, la charla-coloquio en la Universidad de Barcelona ha tenido más de conferencia que de coloquio. Culpa de uno. Una exposición demasiado larga ha impedido un debate ágil que era, en realidad, lo que más me interesaba. Afortunadamente, me ha dado tiempo, tras unas pocas preguntas, de leer tres poemas de Del Tercer Reich pero poco más: Adorno y las vueltas en torno a su provocación han ocupado más de una hora de reloj. Sala llena y público generoso. Debo agradecer a Xavier Jové y a Anna Montané coordinadora del Departamento de Filología Anglo-Germánica, su invitación.

Dejo por aquí el principio del texto. Ahora hay que volver a reescribirlo atendiendo a esas deficiencias que sólo se observan cuando se lee en voz alta ante un auditorio. Cuando esté revisado intentaré publicarlo y lo subiré íntegramente.

Valor, sentido, justicia y pesadilla


En el enunciado que da título a esta charla-coloquio, “Poesía después de Auschwitz/Poesía sobre Auschwitz” hay un elemento que desempeña una función muy humilde comparada con los substantivos, la preposición o el adverbio presentes: la barra oblicua. Esta barra, que puede ser dicotómica, de afinidad o de lisa y llana contigüidad, aquí casi podría obviarse y tomarse como un accesorio retórico que, a lo sumo, introduciría un espaciamiento gráfico que correspondería a la distancia histórica a modo de concesión genética, genealógica: gracias a este signo se indicaría que el “sobre” sucedería como consecuencia de un “después” previo que se debería consignar pero porque este “después” no tendría otro objetivo que conducir inevitablemente al “sobre”. Parecería, en fin, que el primer miembro del par se desvaneciera pues que se hable acerca de aquello que la Poesía ha podido decir acerca del objeto “Auschwitz” se debería a que ha habido una continuación tan obvia, un devenir tan evidente, que ha inclinado el fiel de la balanza en beneficio de la segunda cara del par. Cabría entonces traer a colación ciertas cuestiones centrales en esa Poesía sobre el Holocausto, la Shoah o Auschwitz y, en general, en la Poesía posterior a 1945: el rastreo de las huellas de los acontecimientos históricos en los textos poéticos, su singularidad, la existencia o no de un cierto “género”, la cuestión de la representabilidad y de la inconcebilidad, los problemas de legitimidad de lo dicho y escrito, el privilegio moral y epistemológico del texto, etc.

Sin embargo, este apresuramiento recuerda a la entrada de un elefante una cacharrería: la barra funcionaría demasiado claramente como un elemento de tránsito y disolución, como una excusa para recorrer un profundo e imprescindible asunto de taxonomía o topología literaria. Mas entre el ruido clasificatorio se puede adivinar la huella de la vertiente esfumada: seguiría planeando, no con la proximidad de la gaviota presta a escarbar entre lo que pudiéramos apilar sobre Auschwitz y la Poesía, pero sí con la vigilante lejanía de un águila cuyo vuelo no debería ser ignorado so pena de recibir un inesperado zarpazo. Da paso con presteza pero su sombra persiste. Cualquier reflexión o comentario acerca de la “Poesía sobre Auschwitz” no se puede deshacer fácilmente de ese antecedente y menos aun de su forma interrogativa. La pregunta “¿Poesía después de Auschwitz?” le guardaría las espaldas a la aserción provocativa y radical de Adorno y lo haría no solo retóricamente sino trascendentalmente, al modo kantiano: sería una interrogación acerca de las condiciones de posibilidad del sentido y el valor, del valor de aquél y del sentido de éste. Más secamente: la pertinencia, en el dominio de las disciplinas humanísticas, de esta discusión da por supuesta las palabras de Adorno.

Por ello sería preferible seguir el orden, no ceder a la tentación de suprimir esa barra tan modesta que se aparta servicialmente para zambullirse en la Poesía sobre Auschwitz y reescribir el título, en todo caso, como “¿Poesía después de Auschwitz?/Poesía sobre Auschwitz” para empezar. Así, quizás se pueda tener la impresión de una entrada menos aparatosa.

Y en este inicio ya tachado, ¿estaríamos hablando de “Poesía” y “Auschwitz” estrictamente? ¿Metafóricamente? ¿O, como le hubiera gustado constatar a Nietzsche, de algo más ambiguo: de figuras solidificadas, pseudoconceptos que han devenido tales, manteniendo algún resto figural, por agotamiento, erosión o deterioro desde su aparición en los textos de Adorno, donde remitirían al universo de la Cultura y la experiencia de la II Guerra Mundial? ¿Por qué “Auschwitz” y no “Treblinka”, “Chelmno”, “Belzec” “Sobibor” o “Janosevac”? Es más ¿por qué no “Exterminio”, “Destrucción” o “Genocidios”? ¿Y por qué “Poesía” y no “Filosofía”, “Arquitectura”, “Cine”, “Ciencia” o “Tecnología”? Si se respetara el contexto tropológico de origen deberían poder efectuarse todas las sustituciones reseñadas con mayor o menor acierto. ¿Y por qué algunas chirrían tan ostensiblemente? ¿No será porque ya no nos las habemos con dos metonimias sino con dos conceptos o, cuanto menos, con uno disfrazado todavía de tropo?