27 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (23/09/2015 - y III)


Si fallan los ciudadanos, si renuncian a ejercer su posible condición de tales para acomodarse al estado de súbditos, la democracia representativa se tambalea decisivamente más cuando sus otros pilares también trastabillean: el estado de derecho que debería dotarla de contenido se halla amenazado por un desarrollo cada vez más poderoso de las legislaciones de emergencia que cercenan, cuando no suprimen, derechos básicos y por leyes ad hoc que salvaguardan los privilegios de los grupos dominantes; y, asimismo, el estado del bienestar - o cualquiera de las formas alternativas de estructuración de algún tipo de justicia social que aproxime la igualdad ideal ante la ley a una igualdad "real" - está severamente debilitado por los límites que le impone el capitalismo y los propios déficits y excesos del intervencionismo estatal. Pero, con todo, es pensable que la democracia representativa pudiera oponer una seria resistencia a las quiebras de la legalidad y la mengua de la justicia social si los dos polos de la participación de los ciudadanos funcionaran debidamente. Pero a la pérdida de responsabilidad crítica de los representados se une el paulatino desvanecimiento de cualquier regulación moral de sus representantes. Y convendría no engañarse: la democracia real como forma sustantiva de organización política de una colectividad que exceda el tamaño de una aldea no es posible. No hay democracia sin representación, delegación, como mostraron en su momento, también, incluso los soviets. No hay democracia sin representantes que representen. Y si estos se desentienden del mandato de sus electores o supeditan a la consecución de sus objetivos cualquier medio, legítimo o ilegítimo, moral o inmoral, que haya que utilizar sin limitación alguna, el endeble edificio acabará derrumbándose aunque conserve la fachada.

Sin ánimo de ser exhaustivos sino sólo sintomáticamente, es decir, metonímicamente ¿Tienen nuestros representantes alguna limitación ética a la hora de conseguir sus fines suponiendo que sean indiscernibles de los de sus representados? El ejemplo del carácter plebiscitario de estas elecciones catalanas es palmario: los secesionistas convocan un "plebiscito" pero ya han declarado que no se atendrán realmente a él pues están dispuestos a proclamar la independencia aunque no consigan la mayoría absoluta en votos (¡menudo plebiscito!) y menos aun una mayoría cualificada (entre un 53 y un 60% que sería lo lógico, democráticamente hablando). Por su parte los unionistas y españolistas niegan con la mayor desfachatez posible el carácter plebiscitario de los comicios pero si al final los secesionistas no llegan al 50% de los votos o no consiguen la mayoría absoluta de escaños proclamarán que ha sido, en efecto, un plebiscito contra la independencia. No hay respeto ni por los representados ni por los principios razonables y honestos de una democracia representativa. ¿Qué cabe esperar?

Sin embargo, ¿son las elecciones de hoy en Catalunya una mera cáscara vacía? ¿Es una ilusión que nuestro voto decida la evolución futura de los acontecimientos? ¿Es la secesión de Catalunya realmente, tal y como lo proclaman los publicistas de "Junts pel sí", una "revolución" (!) que está en nuestras manos? Casi todos tenemos la impresión de que es así ¿Somos presa de un espejismo?

¿Y si aquí (en Catalunya y en España, o al revés, "tanto monta monta tanto") la democracia representativa es, desde hace tiempo, puro andamio, puro espectáculo que fabrica pseudoacontecimientos para nuestro consumo que aplaudimos entusiásticamente pues hace años que no somos más que súbditos y nuestros representantes meros administradores, cuando no miembros de pleno derecho, de la oligarquía dirigente?