1 de marzo de 2016

Escribe Isaiah Berlin


"Permítanme explicarme. Si uno está verdaderamente convencido de que existe una solución para todos los problemas humanos, de que uno es capaz de concebir una sociedad ideal a la cual el hombre puede acceder si tan solo hace lo necesario para alcanzarla, entonces mis seguidores y yo debemos de creer que ningún precio es demasiado alto para abrir las puertas de semejante paraíso. Una vez que se expongan las verdades esenciales, solo los estúpidos y los malevolentes ofrecerán resistencia. Quienes se oponen deben ser persuadidos; si no es posible, es necesario aprobar leyes para contenerlos. Si eso tampoco funciona, se ejerce la coacción, tendrá que emplearse la violencia de forma inevitable. De ser necesario, el terror, la carnicería. Lenin creía esto después de leer El capital. Una y otra vez profesó que si era posible crear una sociedad justa, pacífica, feliz, libre y virtuosa a través de los métodos que él defendía, el fin justificaba los medios a emplearse; literalmente, cualquier medio.
La convicción fundamental que subyace a esto es que las preguntas centrales de la vida humana, individual o social, tienen una respuesta verdadera que puede descubrirse; que esta puede y debe implementarse y que quienes la han encontrado son líderes cuya palabra es ley. La idea de que a todas las preguntas genuinas corresponde solo una respuesta verdadera es una noción filosófica muy antigua. Sin importar cuánto pudieran diferir acerca de cuál era la respuesta o de cómo descubrirla (sangrientas guerras se libraron por ello), los grandes filósofos atenienses, judíos y cristianos, los pensadores del Renacimiento y de la Francia de Luis XVI, los radicales franceses reformistas del siglo XVIII, los revolucionarios del xix estaban convencidos de que la conocían y de que los únicos obstáculos para llevarla a cabo eran el vicio y la estupidez humanos.
Esta es la idea que mencioné. Quiero decirles que es falsa. No solo porque las soluciones que ofrecen las distintas escuelas de pensamiento social difieren, y ninguna de ellas puede demostrarse a través de métodos racionales, sino por una razón más profunda. Los valores fundamentales por los que se ha regido la mayoría de los hombres –en muchas tierras magníficas y en muchos tiempos magníficos–, casi aunque no del todo universales, no son siempre armónicos entre sí. Algunos lo son, otros no. El hombre siempre ha añorado libertad, seguridad, igualdad, felicidad, justicia, conocimiento, etcétera. Pero la libertad absoluta no es compatible con la igualdad absoluta: si el hombre fuera libre en su totalidad, los lobos estarían en libertad de comerse a las ovejas. La igualdad perfecta significa que las libertades humanas deben ser restringidas para que a los más diestros y a los más dotados no se les permita avanzar más allá de quienes inevitablemente perderían si hubiese competencia. La seguridad, y en efecto las libertades, no pueden preservarse si se permite trastocarlas. En realidad, no todos los seres humanos buscan paz o seguridad. De no ser así no existirían quienes buscan gloria en la batalla o peligro en el deporte" ("Mensaje al siglo XXI", en Letras libres).

No hay comentarios:

Publicar un comentario