21 de marzo de 2016

Klemperer y Rosenberg (y VI)


La "coacción insuperable", es decir, el miedo invencible, la subyugación integral, la capitulación de cualquier autonomía de la voluntad del sujeto, su cosificación, su conversión en autómata incapaz de decisión libre es una noción problemática teóricamente ("donde hay poder hay resistencia" señalaba con acierto Foucault) pero no tanto psicológicamente o jurídicamente (el "miedo insuperable" se considera en algunos sistemas legales como atenuante). Es difícil establecer gradaciones de este miedo, desde el temor hasta el pánico o el terror pero es dudoso que la mitigación de la responsabilidad la haga desaparecer: no la convierte en ninguna variante de la inocencia. Tampoco el "cálculo", bajo el cual se cobijaron la mayoría de los líderes de Consejos Judíos, parece permitir algún tipo de exoneración. Como señala Yehuda Krell, "la conducta más usual adoptada por los líderes de los guetos, era la de tratar de aplacar a los alemanes por todos los medios, de evitar las "provocaciones" y cumplir rápidamente con las órdenes que se les impartía; creían que con el tiempo el empuje alemán cedería, y así, podrían evitar la destrucción de la comunidad. Sostenían que la resistencia armada era una opción equivocada, que solo ocasionaría un desastre mayor ante la fuerza abrumadora del enemigo" (Páginas de odio. Historia del antisemitismo, p195). Pero esta contabilidad no sólo se torcería moralmente por sus magros resultados (la inmensa mayoría de los habitantes de los ghettos fue aniquilada) sino por la inevitable inversión del principio atribuido al Talmud en el que en cierto sentido hallaría un fundamento, "Quien salva una vida de Israel estará salvando el mundo entero según el Libro de Dios", que - al parecer - también recogería éste: "Quien quite la vida a un hombre deberá ser interrogado como si hubiese quitado todas las vidas de todo el mundo".

Sin embargo, daría la impresión que ante la ignorancia o el desconocimiento de la verdadera intención de los nacionalsocialistas, la exterminadora, la responsabilidad moral sí se debería diluir como azúcar: se borraría. Y en este punto, como en su momento ya se pudo argumentar a propósito de El canto del pueblo judío asesinado, es especialmente ilustrativo el testimonio de Klemperer. El 27 de julio de 1942 aparece la primera mención acerca de un posible destino infausto para los judíos en boca de un vecino. El romanista suscribe la sospecha que repite el 19 de septiembre: "el gobierno se mantendrá más allá del invierno; por tanto, tendrá tiempo de exterminar por completo a los judíos". Pero este exterminio no ha adquirido todavía, aparentemente, ni el carácter de una certeza ni ha tomado la forma física y real de la aniquilación de todos y cada uno de los judíos: "ninguna de las cosas que se contaban pasaban de ser pura elucubración" (21 de septiembre de 1942). Será en su anotación del 2 de noviembre de 1942 donde se haga por primera vez eco de lo que todavía parece un rumor: "en Polonia fusilan a diario a cientos de judíos; dice que ella lo sabe de fuentes perfectamente informadas, que los soldados que vienen de permiso lo cuentan horrorizados". El 29 de diciembre del mismo año vuelve a referirse a lo que se cuenta: "Habló de atrocidades espantosas cometidas contra los judíos rumanos. (Tuvieron que cavarse ellos mismos la fosa común y desnudarse, y luego fueron fusilados. Lo mismo le contó Lange a Eva sobre Kiev.)". Pero no será hasta el 27 de febrero de 1943 que la elucubración pase a convertise en una convicción aunque Klemperer siga sin hacerse una cabal idea de lo que está sucediendo (la Aktion Reinhardt, el programa de exterminio en los campos polacos, se había iniciado en octubre de 1941): "Justamente ahora ya no hay que suponer que haya judíos que retornen vivos de Polonia. Los matarán antes de la retirada de los alemanes. Por lo demás, hace mucho tiempo que cuentan que muchos evacuados ni siquiera llegan vivos a Polonia. Dicen que durante el viaje los gasean en los vagones de ganado y que el vagón se detiene en las fosas comunes ya preparadas". En noviembre de 1944 ya no alberga dudas y se ha empezado a hacer una imagen más aproximada de la magnitud del exterminio y su fisonomía: "En casa de los Winde hablaron otra vez de lo que había contado un soldado que estaba de permiso: espantosas matanzas de judíos en el este. La tropa tenía que beber aguardiente. «Cuando nos daban aguardiente siempre sabíamos lo que venía.» Algunos se habían suicidado «para no tener que participar en eso otra vez y llevarlo en la conciencia». Esto ya lo han contado de modo análogo demasiadas fuentes arias y demasiadas veces para que sea leyenda. Y va muy bien con lo que estamos viviendo aquí" (26 de noviembre).

Si en una comunidad judía reducida y aislada en el interior de Alemania, ya en 1942, se tenían noticias acerca de las matanzas de judíos, sin confirmar - cierto - pero que se iban repitiendo con la suficiente asiduidad como para ir generando la creencia de que tal vez no eran meras especulaciones, y en los primeros meses de 1943 podía poseerse el convencimiento de que la aniquilación podría ser el más que probable objetivo de la política nazi, resulta complicado servirse de la justificación del desconocimiento para avalar el comportamiento, cuanto menos miope, de la mayoría de los Consejos Judíos en especial a partir de 1943. Quede dicho.

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