30 de diciembre de 2016

Sisa: poesía e independencia

En la fatigosa controversia entre secesionistas catalanes y españolistas no abundan los puntos de vista racionales, ni razonables. Pese a ello, tiene uno la impresión de que los primeros han aportado algo más en esta competición de carencias. El planteamiento del referéndum y la apelación a la discusión de sus condiciones y metodología ofrece una muestra. Cierto que, cuando entre los aspectos a negociar se incluye cuándo tiempo tendría que pasar hasta convocar otro si el primero no satisfaciera las esperanzas de conseguir por la vía de los votos una República Catalana Independiente, uno está tentado de ver la determinación irracional de conseguir unos fines concretos a cualquier precio tras esa apelación al diálogo y la solución pactada del contencioso. Pero cuanto menos en las formas - y la forma "es" fundamental en política -, han acumulado mayor bagaje de argumentación que sus rivales. Con todo, incluso aquí en Catalunya se hurta a los ciudadanos la discusión en términos de simple "sentido común", que no equivale a ese "común sentir" al que algunos lo reducen. Es decir, en términos de una racionalidad prudente, moderada en sus afirmaciones y que atiende ante todo a la ruda facticidad de la inevitable serie de acontecimientos en el tiempo como vara primera de medir antes que a la pertinencia del modelo teórico o del ideal contrafáctico. En ese sentido, y pese a que uno no comparte la implícita apreciación que subyace a sus declaraciones acerca de un cierto "carácter de los pueblos", las observaciones del cantautor Jaume Sisa sobre el papel de la literaturización de lo real en la política catalana ("la independencia se ha convertido en una idea poética. La poesía llena los vacíos de la realidad ordinaria y ayuda a soportarla pero en Catalunya se habla desde la poesía de la realidad ordinaria") y la evidencia histórica de los procesos de escisión de los estados ("Sin una guerra o una revolución esto de la independencia no es posible"), suponen unas gotas de la purificadora lluvia en este desierto saturado por los gritos de ánimo con los que ambos bandos se enardecen en el campo abierto antes del enfrentamiento y mediante los que sustituyen la pausada apreciación de pros, contras, posibilidades y límites de las ideas que tratan de convertir en realidades en el oscuro bosque  en el que siempre estamos.


20 de diciembre de 2016

Escenas de padres y profesores

El otro día, en uno de los muros de un instituto apareció una pintada amenazando de muerte al jefe de estudios. No era anónima: estaba firmada por lo que parecía ser un grupo. Como de costumbre, en pocas horas los alumnos ya sabían quién se ocultaba tras el rimbombante nombre y, también como de costumbre, antes de acabar la jornada lectiva en los despachos de la Junta directiva ya se disponía de la lista de integrantes del colectivo. Llamados a capítulo, cuatro alumnos de ESO reconocieron ser los autores y se identificaron como miembros del grupo. La dirección, aquejada tal vez por el virus de la progresía romántica, decidió que el castigo debía limitarse a una simple amonestación verbal y dos horas de pedagógico trabajo comunitario el primer lunes del mes siguiente. Veinticuatro horas más tarde una de las madres, abogada, se personó en el centro sin cita previa alguna y exigió, y logró sin dificultades, entrevistarse con el director. No hubo mucho diálogo. La madre, después de asegurar que "no había pruebas" de que su hijo hubiera participado en la "presunta falta" (pese a que lo había reconocido unas horas antes) y de que, en cualquier caso, el castigo era claramente "desproporcionado", amenazó, a voz en grito, con llevar el caso a la inspección educativa y, si fuera necesario, a los tribunales que para eso era abogada. La leve sanción no se llegó a comunicar y menos todavía a cumplir.

Así estamos...

9 de diciembre de 2016

Microcríticas (5)

La séptima función del lenguaje. Laurent Binet.
A rebufo de El nombre de la Rosa, el planteamiento de la trama como misterio que se desarrolla en el escenario del espectáculo cultural europeo de principios de los ochenta resulta estimulante y mientras la acción transcurre en Paris su atractivo atrapa. Sin embargo, cuando se pierde de vista el horizonte de las figuras del mandarinato intelectual francés estructuralista y postestructuralista y el argumento renuncia paulatinamente a las exigencias de la verosimilitud, desparramándose por demasiados caminos, vías su encanto se diluye con rapidez. En su haber, el relato de una conferencia de Derrida en Cornell (con Searle entre el público), el dibujo de la intensa vida sexual de Foucault o la caricatura de Sollers.